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Cuando cierras la puerta.

Cuesta.
Cuesta mucho y a demas duele, pero hay veces que hay que hacerlo. Tienes que echarle huevos, levantarte y cerrar la puerta de una vez.

A veces nos aferramos a personas o situaciones que por alguna razón creemos necesarias en nuestras vidas, de las cuales nos acostumbramos a que no nos fallen o a que no nos falten, a que siga doliendo, de la misma manera una y otra vez.

Al final sufrimos porque no ponemos el empeño necesario para dejar de sufrir. Quiero decir, en realidad el problema es que a veces preferimos sufrir a que se vaya el problema, que hay personas a las que le dejas siempre la puerta medio abierta por si quieren asomarse aunque tú te estés muriendo de frío.

Aunque normalmente te acabas helando. No entra, no sale, esperas y esperas, confías y, entonces, te decepcionas.

Y un día, te levantas tan helada, tiritando, casi sin poder moverte, sin fuerzas de llegar a la puerta, con dignidad y con una decisión tomada, que ojalá no la hubieras tenido que tomar, y cierras la puerta con un portazo.

Y ya está, lo has hecho, no era tan difícil.

Empiezas de nuevo, te vienen recuerdos, pasa el tiempo y luego, todo coge sentido. Entonces aprendes a que las puertas suelen tener llaves y también personas a quien dárselas. Aprendes que dejar la puerta medio abierta no es muy buena idea y que tener muchas copas e ir repartiéndolas, es cuando acabas ahogándote, al igual que tenerla cerrada siempre con pestillo.

Pero vas aprendiendo, poco a poco, hostia a hostias, y un día quizás con algo de suerte, encuentras a alguien que te trate la llave como si fuese de su vida. Alguien que siempre se ocupe de mantenerla a salvo, contra todo, sin miedos y con paciencia.

Y por supuesto, que no se me olviden las ventanas, las ventanas de las que entran los restos de lo que fuimos, recuerdos, gente imparable, que si no tiene llave, trepa por cualquier pared para meterse por cualquier sitio.


Modelo- Lidia Juan García (@lid1997)
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